EL CRONISTA.
BANQUEROS SON PRUDENTES Y NO SE JACTAN DE LAS GANANCIAS
El dilema de grandes bancos: ganan demasiado pero no pueden presumir
18-07-13 00:00 Los bancos de EE.UU. invirtieron tanto dinero y tiempo en criticar las regulaciones que ahora no pueden admitir que les está yendo muy bien. JP Morgan ganó este año u$s 25.000 millones
Hasta Citigroup y el Bank of America, que recibieron ayuda, ganan mucho
Hasta Citigroup y el Bank of America, que recibieron ayuda, ganan mucho
Los bancos más grandes de Estados Unidos luchan contra un problema inextricable. No se trata del incumplimiento de préstamos, una ola de ataques cibernéticos ni juicios en escalada. Es algo mucho más serio: están a punto de hacer demasiado dinero.
JP Morgan Chase se encamina a recaudar u$s 25.000 millones o más este año -tanto como el producto bruto interno de Paraguay- con un rendimiento mínimo de 17% de las acciones ordinarias, lo cual coloca nuevamente al banco en los niveles vertiginosos de 2007.
En una atmósfera política distinta, este podría ser un momento para celebrar. No solo que bancos tales como el JPMorgan y el Wells Fargo sobrevivieron a la crisis, sino que nuevamente les está yendo muy bien, según los resultados divulgados el viernes pasado. Hasta el Citigroup y el Bank of America, que tomaron u$s 90.000 millones de dinero destinado a rescate, están fuera de peligro, saliendo a flote en medio de activos no rentables y compitiendo por nuevos negocios. Sus acciones crecieron 95 y 78%, respectivamente, en 12 meses.
En otro momento, el exceso de efectivo se entregaría a accionistas y empleados. La mitad de los ingresos de los bancos de inversión se pagarían al personal y hasta el 100% -y a veces más-de las ganancias se distribuirían a los inversores mediante dividendos y programas de recompra de acciones.
Pero en el contexto reinante, las celebraciones deben acallarse y los directores de banco deben permanecer mezquinos. Tan solo un 31% de los ingresos se separó para sueldos del la banca de inversión del JPMorgan según las ganancias reveladas el viernes. Los accionistas, por su parte, podrían alegrarse con la veloz apreciación de las acciones, pero no esperan recibir dividendos récord... en parte porque la Reserva Federal ahora pone un freno a los pagos generosos.
Los banqueros prudentes ponen de relieve la mitad vacía del vaso: Jamie Dimon advirtió sobre una reducción drástica de beneficios de hipotecas y se mostró preocupado porque los extranjeros se quedasen con los negocios de EE.UU.. En la conferencia de notificación de ganancias, un analista desconcertado ante los resultados comerciales extremadamente buenos preguntó al director ejecutivo del JPMorgan podrían alardear un poco, ¿no?. Nada de esto hizo Dimon.
Aquí se presenta un problema: los bancos gastaron mucho tiempo, energía y dinero advirtiendo sobre los potenciales efectos nocivos de reforzar las regulaciones. Sin embargo, desde la crisis, los organismos reguladores internacionales no han dejado de exigir más capital, incluyendo un cargo adicional para los bancos más grandes. En consecuencia, los prestamistas han duplicado sus niveles de capital y, en algunos casos, han alcanzado los nuevos objetivos de Basilea III seis años antes de lo previsto; aun así, ¿dónde están los efectos nocivos? Los mejores de ellos siguen batiendo nuevos récords de ganancias.
En la actualidad, los organismos reguladores y los políticos estadounidenses han encontrado una nueva energía muy posiblemente porque estamos lejos de la crisis y los bancos parecen más saludables para ir mucho más lejos en la imposición de regulaciones más estrictas a los bancos. En los próximos 12 meses, la Fed sacudirá a los bancos con un nuevo aluvión de medidas: una norma más estricta de apalancamiento que obliga a mantener más capital contra activos, disponer de una cantidad mínima de deuda a largo plazo que se utilizará para recapitalizar a un banco en quiebra, un nuevo impuesto sobre el capital a los bancos que dependen demasiado de la financiación mayorista a corto plazo y la prohibición de operar por cuenta propia conocida como la regla Volcker.
Las medidas que se vienen son serias y los bancos le temen. Existe una remota posibilidad de que los legisladores vayan aún más lejos, por ejemplo, mediante la restauración de la separación entre la banca de inversión y la banca comercial, conocida como la Ley Glass-Steagall. Todavía queda mucha tela por cortar para decidir cuán dolorosa será la siguiente ronda de regulaciones.
Pero, con cada temporada de ganancias, las advertencias de catástrofe parecen tener cada vez menos sentido. La Financial Services Roundtable (Mesa Redonda de las Compañías de Servicios Financieros) declaró la semana pasada que la adición de uno o dos puntos porcentuales al requisito de apalancamiento retrasaría la recuperación. Es una afirmación dudosa.
Una encuesta reciente muy precisa reveló que las reglamentaciones aumentaron 117% en los últimos 12 meses, lo que obligó a los bancos a sumar 2,3 personas más para ocuparse del asunto. A pesar de la insensatez de esas cifras, los bancos pequeños enfrentan un desafío normativo. Pero eso no hace otra cosa que resaltar la consolidación lenta, pero constante, de la industria, en la que JPMorgan, Wells Fargo y sus principales compañeros disfrutan de una participación cada vez mayor mientras sus rivales más pequeños se desmoronan.
Hay nubes en el horizonte. Dimon no mentía del todo cuando advertía sobre la desaceleración del negocio hipotecario. La retirada de la Fed de los mercados financieros eliminará un importante viento de cola.
La única esperanza de los bancos es que los reguladores y los políticos presten más atención a estas amenazas sombrías que a sus propios resultados color de rosa.
JP Morgan Chase se encamina a recaudar u$s 25.000 millones o más este año -tanto como el producto bruto interno de Paraguay- con un rendimiento mínimo de 17% de las acciones ordinarias, lo cual coloca nuevamente al banco en los niveles vertiginosos de 2007.
En una atmósfera política distinta, este podría ser un momento para celebrar. No solo que bancos tales como el JPMorgan y el Wells Fargo sobrevivieron a la crisis, sino que nuevamente les está yendo muy bien, según los resultados divulgados el viernes pasado. Hasta el Citigroup y el Bank of America, que tomaron u$s 90.000 millones de dinero destinado a rescate, están fuera de peligro, saliendo a flote en medio de activos no rentables y compitiendo por nuevos negocios. Sus acciones crecieron 95 y 78%, respectivamente, en 12 meses.
En otro momento, el exceso de efectivo se entregaría a accionistas y empleados. La mitad de los ingresos de los bancos de inversión se pagarían al personal y hasta el 100% -y a veces más-de las ganancias se distribuirían a los inversores mediante dividendos y programas de recompra de acciones.
Pero en el contexto reinante, las celebraciones deben acallarse y los directores de banco deben permanecer mezquinos. Tan solo un 31% de los ingresos se separó para sueldos del la banca de inversión del JPMorgan según las ganancias reveladas el viernes. Los accionistas, por su parte, podrían alegrarse con la veloz apreciación de las acciones, pero no esperan recibir dividendos récord... en parte porque la Reserva Federal ahora pone un freno a los pagos generosos.
Los banqueros prudentes ponen de relieve la mitad vacía del vaso: Jamie Dimon advirtió sobre una reducción drástica de beneficios de hipotecas y se mostró preocupado porque los extranjeros se quedasen con los negocios de EE.UU.. En la conferencia de notificación de ganancias, un analista desconcertado ante los resultados comerciales extremadamente buenos preguntó al director ejecutivo del JPMorgan podrían alardear un poco, ¿no?. Nada de esto hizo Dimon.
Aquí se presenta un problema: los bancos gastaron mucho tiempo, energía y dinero advirtiendo sobre los potenciales efectos nocivos de reforzar las regulaciones. Sin embargo, desde la crisis, los organismos reguladores internacionales no han dejado de exigir más capital, incluyendo un cargo adicional para los bancos más grandes. En consecuencia, los prestamistas han duplicado sus niveles de capital y, en algunos casos, han alcanzado los nuevos objetivos de Basilea III seis años antes de lo previsto; aun así, ¿dónde están los efectos nocivos? Los mejores de ellos siguen batiendo nuevos récords de ganancias.
En la actualidad, los organismos reguladores y los políticos estadounidenses han encontrado una nueva energía muy posiblemente porque estamos lejos de la crisis y los bancos parecen más saludables para ir mucho más lejos en la imposición de regulaciones más estrictas a los bancos. En los próximos 12 meses, la Fed sacudirá a los bancos con un nuevo aluvión de medidas: una norma más estricta de apalancamiento que obliga a mantener más capital contra activos, disponer de una cantidad mínima de deuda a largo plazo que se utilizará para recapitalizar a un banco en quiebra, un nuevo impuesto sobre el capital a los bancos que dependen demasiado de la financiación mayorista a corto plazo y la prohibición de operar por cuenta propia conocida como la regla Volcker.
Las medidas que se vienen son serias y los bancos le temen. Existe una remota posibilidad de que los legisladores vayan aún más lejos, por ejemplo, mediante la restauración de la separación entre la banca de inversión y la banca comercial, conocida como la Ley Glass-Steagall. Todavía queda mucha tela por cortar para decidir cuán dolorosa será la siguiente ronda de regulaciones.
Pero, con cada temporada de ganancias, las advertencias de catástrofe parecen tener cada vez menos sentido. La Financial Services Roundtable (Mesa Redonda de las Compañías de Servicios Financieros) declaró la semana pasada que la adición de uno o dos puntos porcentuales al requisito de apalancamiento retrasaría la recuperación. Es una afirmación dudosa.
Una encuesta reciente muy precisa reveló que las reglamentaciones aumentaron 117% en los últimos 12 meses, lo que obligó a los bancos a sumar 2,3 personas más para ocuparse del asunto. A pesar de la insensatez de esas cifras, los bancos pequeños enfrentan un desafío normativo. Pero eso no hace otra cosa que resaltar la consolidación lenta, pero constante, de la industria, en la que JPMorgan, Wells Fargo y sus principales compañeros disfrutan de una participación cada vez mayor mientras sus rivales más pequeños se desmoronan.
Hay nubes en el horizonte. Dimon no mentía del todo cuando advertía sobre la desaceleración del negocio hipotecario. La retirada de la Fed de los mercados financieros eliminará un importante viento de cola.
La única esperanza de los bancos es que los reguladores y los políticos presten más atención a estas amenazas sombrías que a sus propios resultados color de rosa.
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